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El misterio de la cripta embrujada

El misterio de la cripta embrujada


Fui apeado, cuando más embelesado estaba contamplendo el bullicio de una Barcelona de la que había estado ausente cinco años, de un preciso puntapié ante la fuente de Canaletas, de cuyas aguas clóricas me apresuré a beber alborozado. Debo hacer ahora un inciso intimista para decir que mi primera sensación, al verme libre y dueño de mis actos, fue de alegría. Tras este inciso añadiré que no tardaron en asaltarme toda clase de temores, ya que no tenía amigos, dinero, alojamiento ni otra ropa que la puesta, un sucísimo y raído atuendo hospitalario, y sí una misión que cumplir que presentía erizada de peligros y trabajos.
Como primera medida, decidí que debía comer algo, pues era la mediatarde y no había probado migaja desde el desayuno. Busqué en las papeleras y alcornoques circundantes y no me costó mucho dar con medio bocadillo, o bocata, como de un letrero deduje que se llamaban modernamente, de frankfurt que algún paseante ahíto había arrojado y deglutí con avidez, aunque estaba algo agrio de sabor y baboso de textura. Recuperadas las fuerzas, bajé lentamente por las Ramblas, apreciando a la par que andaba el pintoresco comercio de baratijas que por los suelos se desarrollaba, a la espera de que cayera la noche, que se anunciaba en el cielo por la falta de luz.
Eran un hervidero los alegres bares de putas del barrio Chino cuando alcancé mi meta: un tugurio apellidado Leashes American Bar, más comúnmente conocido por El Leches, sito en una esquina y sótano de la calle Rodador y donde esperaba establecer mi primer y más fidedigno contacto, como así fue, pues, apenas mi figura se perfiló en la puerta y mis ojos se habituaron a la oscuridad reinante, avizoré en una mesa la rubia cabellera y las carnes algo verdosas de una mujer que, por hallarse de espaldas, no se percató de mi presencia, mas prosiguió hurgándose las orejas, con un mondadientes plano de los que suelen chuperretear los cobradores de autobús y otros funcionarios, hasta que me hice patente a sus ojos, cosa que le hizo separar hasta donde le alcanzaba la piel las pestañas que llevaba encoladas en los párpados, abriendo al mismo tiempo la boca con desmesura, lo que me permitió percibir sus numerosas caries.
-Hola, Cándida- dije yo, pues así se llamaba mi hermana, que no otra era la mujer a quien me había dirigido -, tiempo sin verte- y al decir esto tuve que forzar una sonrisa dolorosa, porque la visión de los estragos que los años y la vida habían hecho en su rostro me hizo brotar lágrimas de compasión. Alguien, dios sabe con qué fin, le había dicho a mi hermana, siendo ella adolescente, que se parecía a Juanita Reina. Ella, pobre, lo había creído, y todavía ahora, treinta años más tarde, seguía viviendo aferrada a esa ilusión. Pero no era cierto. Juanita Reina, si la memoria no me engaña, era una mujer guapetona, de castiza estampa, cualidades estas que mi hermana, lo digo con desapasionamiento, no poseía. Tenía, por el contrario, la frente convexa y abollada, los ojos muy chicos, con tendencia al estrabismo cuando algo la preocupaba, la nariz chata, porcina, la boca errática, ladeada, los dientes irregulares, prominentes y amarillos. De su cuerpo, ni que hablar tiene: siempre se había resentido de un parto, el que la trajo al mundo, precipitado y chapucero, acaecido en la trastienda de la ferretería donde mi madre trataba desesperadamente de abortarla y de resultas del cual le había salido el cuerpo trapezoidal, desmedido en relación con las patas, cortas y arqueadas, lo que le daba un cierto aire de enano crecido como bien la definió con insensibilidad de artista, el fotógrafo que se negó a retratarla el día de su primera comunión, so pretexto de que desacreditaría su lente-. Estás más joven y guapa que nunca.
-Me cago en tus huesos- fue su saludo -,¡te has escapado del manicomio!
-Te equivocas, Cándida, me han soltado. ¿Puedo sentarme?
-No.

 

El misterio de la cripta embrujada es una novela de Eduardo Mendoza que aúna misterio, intriga policial y humor. Reconozco que el principio es un poco complicado, pero conforme avanzamos en la lectura cada vez va enganchando más. Os he copiado la descripción que el protagonista hace de su hermana Cándida, que a mí me parece de un humor salvaje.

Ya sabéis: el protagonista (sin nombre en toda la novela) es sacado de un manicomio para investigar la desaparición de unas muchachas en un colegio de monjas y un asesinato. Pero le imponen la condición de no acercarse ni al colegio ni a las muchachas. ¿Cómo lo conseguiurá? He ahí el misterio...

 

El año pasado tuvo once lectores: cinco le dieron un 4 y otros cinco un tres sólo uno lo suspendió, con un 2. La nota medie fue de 3,36 sobre 5.

 

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